Del 20 Abr 2015 al 20 Abr 2015
Elena Álvarez-Buylla y Emmanuel González-Ortega
En días recientes, la Organización Mundial de la Salud (OMS) hizo un anuncio muy importante que reafirma lo que científicos independientes y multitud de organizaciones civiles han alertado desde hace muchos años: el uso y consumo de cultivos transgénicos puede ser nocivo para la salud y para el medio ambiente, porque, entre otros químicos, la gran mayoría (más de 84 por ciento) de los transgénicos son profusamente rociados con glifosato (componente principal del herbicida Faena), al cual son resistentes.
El glifosato ha sido finalmente enlistado como un compuesto cancerígeno en animales de laboratorio, y probable cancerígeno para los humanos; y será cuestión de tiempo, y también de que se tomen en cuenta los datos de Latinoamérica, para que sea puesto en la categoría más alta como cancerígeno en humanos (La Jornada, 4/4/15). Por ejemplo, un estudio reciente de Argentina reporta que en la población de Monte Maíz, cercana a campos de producción de soya transgénica, donde circulan 600 mil litros de glifosato al año, la incidencia de varios tipos de cáncer es 2.67 veces mayor a la media de la provincia en la que se encuentra esta población.
Como se ha alertado en artículos previos (La Jornada, 28/11/14 y 6/2/15), el glifosato que vende Monsanto, la compañía que también comercializa los transgénicos que toleran este agrotóxico, se asperja masivamente sobre los cultivos cuando ya están produciendo frutos o semillas y éste penetra en las células vegetales, lo que impide que podamos lavarlo. El Departamento de Agricultura de Estados Unidos informó que cerca de 90 por ciento del maíz que se siembra actualmente en ese país es transgénico y tolerante a herbicidas como el glifosato, pudiendo ser una de las causas del aumento de muertes por 22 enfermedades en aquel país. Adicionalmente, se ha filtrado a los medios que hace 34 años Monsanto presentó reportes a la Agencia de Protección Ambiental estadunidense (EPA) informando que el glifosato era cancerígeno: ¡Monsanto y el gobierno de Estados Unidos conocían de la toxicidad del glifosato desde 1981!.
Esto tiene implicaciones sumamente preocupantes para México. El maíz importado a nuestro país desde Estados Unidos (10 millones de toneladas al año) es prácticamente todo transgénico, y ya ha sido aprobado para consumo humano y/o animal en nuestro país por la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris). Este maíz no trae instrucciones de uso ni de concentraciones del glifosato, y puede estar llegando contaminado con este tóxico a nuestras mesas. Es urgente probar esta hipótesis, y averiguar dónde se está distribuyendo este maíz contaminado. ¿Lo están comprando los grandes monopolios que procesan y comercializan alimentos de maíz? ¿Está distribuyéndose maíz transgénico contaminado con glifosato a través de programas de asistencia social o de las mismas compañías que en años recientes visitan las comunidades mexicanas regalando su maíz en concierto con las autoridades ejidales y municipales? ¿Está llegando incluso a nuestras tortillas? ¡El maíz es nuestro alimento básico! Esto implica, además de un profundo significado cultural e identitario, que el maíz es fundamental en la dieta de los mexicanos: se consume en promedio casi medio kilo de maíz al día; el maíz aporta casi la mitad de la ingesta de calorías y más de la tercera parte del consumo de proteínas diarias. En México el maíz se consume poco procesado y es muy factible que el glifosato llegue a nuestra mesa si proviene de siembras transgénicas.
Dada la asociación clara –que ahora la OMS también reconoce– entre el consumo de alimentos contaminados con tóxicos como el glifosato y el padecimiento de múltiples enfermedades, que el glifosato es un cancerígeno, y que consumimos gran cantidad de tortillas, urge averiguar si este maíz transgénico contaminado con glifosato llega a nuestras tortillas, pues este escenario podría implicar una crisis sanitaria grave e inaceptable. Esto sería responsabilidad de todas las entidades del gobierno encargadas de agricultura, sanidad y bioseguridad, y también de los empresarios dueños de las industrias comercializadoras de semillas y granos de maíz, de su procesamiento y comercialización, que en búsqueda de mayores ganancias podrían estar dispuestos a usar maíz barato contaminado, más que a pagar precios justos por un maíz limpio de alta calidad producido por los campesinos mexicanos. ¿Realmente estamos comiendo tortillas, totopos, tostadas, cereales, memelas, elotes, tamales, atoles, sopes, y tantas otras formas de maíz, hechas con transgénicos contaminados con glifosato? ¿Qué estrategia está adoptando Cofepris para impedir que nuestras tortillas sean transgénicas y cancerígenas? ¿Qué responden Sagarpa o Sedesol para asegurar que el maíz híbrido que distribuyen en el campo o venden las corporaciones y semilleras privadas no esté contaminado con transgenes y glifosato? Si se distribuye maíz contaminado, es sumamente grave, pues implicaría que los campesinos podrían usar ese maíz para sembrar, y así contaminarían sin saberlo sus propios maíces nativos (criollos), o podría consumirse bajo engaño de que es un maíz híbrido elotero y no un maíz contaminado transgénico y con glifosato. Con ello se estaría violando de facto la restricción legal de liberar maíz transgénico al campo mexicano.
Los maíces nativos son, hoy por hoy, la fuente más sana de maíz. Tienen un índice glicémico menor que el híbrido (incluido el transgénico), y por ello su consumo implica menor riesgo de causar obesidad y diabetes; además tienen mayores cantidades de fibra y antioxidantes, que previenen enfermedades como el cáncer. También están, por ahora mayoritariamente, libres de transgenes y glifosato. No menos importante: promover su siembra y consumo preservará la vida campesina en México, que ha generado y regenerado la gran diversidad de maíces nativos durante miles de años, sustento de la soberanía y seguridad alimentaria en nuestro país y en el resto del mundo, que lamentablemente está perdiendo aceleradamente opciones de alimentación sanas e independientes. Es urgente adoptar ya una política precautoria fundada en evidencia científica independiente y rigurosa, y no seguir los lineamientos de las grandes industrias semilleras.
Fuente: La Jornada